Al final de la calle desde donde escribo y doblando a la izquierda, se encuentra una caja de madera alzada en un pedestal con una puerta con vitrina de vidrio. Adentro no tiene pájaros ni cartas: solo libros. Desde Willa Cather pasando por Dr. Seuss y uno sobre cuentistas olvidados de los ochenta y también otro sobre organización del hogar. Tal vez quince, casi llegan a veinte.
La pequeña caja es parte de un movimiento de pequeñas bibliotecas gratuitas que empezó en estas tierras y que se ha hecho una moda nacional con alcance mundial en los últimos cuatro años (de ahí las fotos). El fenómeno despierta siempre atención y entusiasmo y ya hay más de 10.000 de estas cajitas desperdigadas por los barrios del planeta. Una modesta burla al pleno auge de la lectura sin papel y una alternativa a las grandes librerías, que tienen su futuro en suspenso, o parecen destinadas a convertirse en grandes cafés.
Aparecen en parajes sorpresivos (la bici-senda o en medio de una plaza) pero en general en las veredas. Han sido llamadas serendipias que se ríen de la atrapante revolución digital. En vez de eternas opciones que examinar con la mirada frustada, aquí las posibilidades de lectura quedan acotadas a lo que quepa en un encantador espacio del tamaño de tres cajas de zapatos. Un encanto que a la vez crea una conexión literaria con la vecindad conocida o desconocida. ¿Quién habrá dejado aquí este libro? ¿Qué pensará de él? ¿Qué obra podré aportar?
Tal vez un día aparezca un libro con una nota adentro: “Si le gustó, pase por Eton Ridge 987 y ¡conversemos!”. Tal vez alguna vez, cuando vaya a buscar un siguiente tomo, encuentre a varios vecinos reunidos con tazas de café en mano discutiendo sobre algún autor.
Por lo pronto hace frío y toca seguir. Las hojas del otoño llueven alrededor de la pajarera con pájaros de papel. Sondeo de nuevo la colección. Todo lo que hay parece por un momento un fascinante tesoro escondido. Antes de irme, elijo con un suspiro de resignación un manual que me interpela con su grito imperativo: Organize your home!
No hay espera. Tampoco tarjetas con códigos de barras o botones que apretar. Cierro la puerta y me alejo de la Little free library con la mirada endulzada y pensando en quién estará tras de alguna ventana deleitándose al ver que otro libro sale a visitar (y reorganizar) un hogar.
La pequeña caja es parte de un movimiento de pequeñas bibliotecas gratuitas que empezó en estas tierras y que se ha hecho una moda nacional con alcance mundial en los últimos cuatro años (de ahí las fotos). El fenómeno despierta siempre atención y entusiasmo y ya hay más de 10.000 de estas cajitas desperdigadas por los barrios del planeta. Una modesta burla al pleno auge de la lectura sin papel y una alternativa a las grandes librerías, que tienen su futuro en suspenso, o parecen destinadas a convertirse en grandes cafés.
Aparecen en parajes sorpresivos (la bici-senda o en medio de una plaza) pero en general en las veredas. Han sido llamadas serendipias que se ríen de la atrapante revolución digital. En vez de eternas opciones que examinar con la mirada frustada, aquí las posibilidades de lectura quedan acotadas a lo que quepa en un encantador espacio del tamaño de tres cajas de zapatos. Un encanto que a la vez crea una conexión literaria con la vecindad conocida o desconocida. ¿Quién habrá dejado aquí este libro? ¿Qué pensará de él? ¿Qué obra podré aportar?
Tal vez un día aparezca un libro con una nota adentro: “Si le gustó, pase por Eton Ridge 987 y ¡conversemos!”. Tal vez alguna vez, cuando vaya a buscar un siguiente tomo, encuentre a varios vecinos reunidos con tazas de café en mano discutiendo sobre algún autor.
Por lo pronto hace frío y toca seguir. Las hojas del otoño llueven alrededor de la pajarera con pájaros de papel. Sondeo de nuevo la colección. Todo lo que hay parece por un momento un fascinante tesoro escondido. Antes de irme, elijo con un suspiro de resignación un manual que me interpela con su grito imperativo: Organize your home!
No hay espera. Tampoco tarjetas con códigos de barras o botones que apretar. Cierro la puerta y me alejo de la Little free library con la mirada endulzada y pensando en quién estará tras de alguna ventana deleitándose al ver que otro libro sale a visitar (y reorganizar) un hogar.