La violencia política sacude las pantallas y los teclados estos días. A la revulsiva revelación de las crueldades del régimen de Corea del Norte, se suman las desbordantes crisis políticas en Ucrania, Venezuela, Siria y República Centrofricana... Las comas son los rústicos elementos que permiten recuperar el aire ante tanto dolor.
Se ha dicho más de una vez que las redes sociales han sido buenas aliadas para denunciar y visibilizar este tipo de situaciones. Y es verdad. Las guerras o luchas políticas en la edad tecnológica no solo se leen y se ven, sino que se siguen minuto a minuto. Las nuevas tecnologías permiten además canalizar las voces de protesta de "todos" los ciudadanos a la vez que posibilitan la llegada de estas protestas al resto del mundo.
Sin embargo, cada vez más, estas redes resultan un arma de doble filo. Si ayudan mucho a algunas partes, a otras les permiten mecanizar su indiferencia frente al dolor ajeno. A partir de la lógica del pulgar, lo real ha quedado definido bajo el manto de lo que gusta o no gusta. La realidad se vuelve un caramelo. Si es rico, se traga, si no, se escupe.
Por otra parte, la sobreabundacia de información ha enriquecido el archivo de todos, pero ha entorpecido la capacidad de análisis de muchos. En la lógica de las etiquetas, la idea o testimonio resulta catalogada antes de que la persona que la emite sea validada en su enunciación. Así, en la política de la nueva comunicación, muchas voces que gritan quedan frustradas en su aspiración a exponerse por verse anuladas ante su opuesto como un antagonista más.
Uno de los desafíos más interesantes de estos tiempos será tomar la conversación social mundial que hacen posibles las nuevas tecnologías como marco de entrada a diálogos más profundos. Diálogos donde se antepongan el respeto a las personas a la catalogación de sus ideas, un paso esencial para superar los conflictos y que empieza con un diálogo respetuoso entre los que decimos “estar en paz”.
Se ha dicho más de una vez que las redes sociales han sido buenas aliadas para denunciar y visibilizar este tipo de situaciones. Y es verdad. Las guerras o luchas políticas en la edad tecnológica no solo se leen y se ven, sino que se siguen minuto a minuto. Las nuevas tecnologías permiten además canalizar las voces de protesta de "todos" los ciudadanos a la vez que posibilitan la llegada de estas protestas al resto del mundo.
Sin embargo, cada vez más, estas redes resultan un arma de doble filo. Si ayudan mucho a algunas partes, a otras les permiten mecanizar su indiferencia frente al dolor ajeno. A partir de la lógica del pulgar, lo real ha quedado definido bajo el manto de lo que gusta o no gusta. La realidad se vuelve un caramelo. Si es rico, se traga, si no, se escupe.
Por otra parte, la sobreabundacia de información ha enriquecido el archivo de todos, pero ha entorpecido la capacidad de análisis de muchos. En la lógica de las etiquetas, la idea o testimonio resulta catalogada antes de que la persona que la emite sea validada en su enunciación. Así, en la política de la nueva comunicación, muchas voces que gritan quedan frustradas en su aspiración a exponerse por verse anuladas ante su opuesto como un antagonista más.
Uno de los desafíos más interesantes de estos tiempos será tomar la conversación social mundial que hacen posibles las nuevas tecnologías como marco de entrada a diálogos más profundos. Diálogos donde se antepongan el respeto a las personas a la catalogación de sus ideas, un paso esencial para superar los conflictos y que empieza con un diálogo respetuoso entre los que decimos “estar en paz”.