Para aprender a patinar, se empieza por aprender a caminar sobre el hielo. Como un niño de un año. Paso a paso y a ritmo de astronauta. No es nada fácil, pero llega el momento en que los pasos se vuelven deslices y uno piensa: “¡Patino!”.
Llegarán las caídas y tropiezos del principiante. Serán motivo de risa o de llanto, según cúan en serio se tome el patinador su oficio.
Como en el patinaje, cuando la escritura mejora, las palabras y los párrafos “fluyen”. Y la historia, la idea, el diálogo traspasan la página, o la pantalla, a la velocidad que la hoja de un patín se desliza sobre la superficie helada. El que lee sabe que está leyendo un espectáculo. Y a pesar del frío entorno o de la incomodidad de la silla, se produce en cada buena pirueta y en cada segundo que el escritor no se detiene, un escape de las circunstancias: un encuentro artístico, un momento poético.
Llegarán las caídas y tropiezos del principiante. Serán motivo de risa o de llanto, según cúan en serio se tome el patinador su oficio.
Como en el patinaje, cuando la escritura mejora, las palabras y los párrafos “fluyen”. Y la historia, la idea, el diálogo traspasan la página, o la pantalla, a la velocidad que la hoja de un patín se desliza sobre la superficie helada. El que lee sabe que está leyendo un espectáculo. Y a pesar del frío entorno o de la incomodidad de la silla, se produce en cada buena pirueta y en cada segundo que el escritor no se detiene, un escape de las circunstancias: un encuentro artístico, un momento poético.